Es la gran contradicción de este comienzo de siglo, la primera crítica a los países ricos. Desde hace algunos años, en el mundo se produce más que suficiente comida para alimentar a toda la población, pero una tercio de la misma se desperdicia. Se estima que alrededor de 870 millones de personas pasan hambre en el mundo, según el informe del bienio 2010-2012 de la FAO, un 12,5% del total de personas. Es cierto que la cifra se redujo respecto a 2009 donde se calculaba que eran casi mil millones, pero no hay motivos para estar satisfechos, se puede mejorar más. Porque son 1.300 millones de toneladas las que se tiran al año, ya sea por agricultores, por empresas, por redes de distribución, comercios o consumidores, siendo desde Europa y Norteamérica los continentes con mayor cantidad de comida tiran por persona(entre 95-115 kilos).
Parece que nuestro modo de vida acelerado de cultura competitiva y jerárquica nos impide controlar con tranquilidad lo que necesitamos para comer, y a los grandes supermercados, como Mercadona, no les tiembla el pulso al desechar comida a los productores porque no cumplen los criterios estéticos impuestos por los mercados(ya no por la normativa), y así impide que 9 millones de toneladas de comida sean aprovechadas por personas que quizás la agradecerían con una sonrisa porque sobreviven con una comida al día. Diré que desde el programa de Salvados, Mercadona ha intentado mejorar su imagen, y ahora dona comida, pero tampoco hay que engañarse, no son las hermanitas de la caridad, y esto, más que un acuerdo estable parece transitorio con los Bancos de Alimentos. No hay que olvidar tampoco que hoy mismo, acaba de publicar sus beneficios anuales de 580 millones de euros, con lo que sigue forrándose debido a acuerdos comerciales al por mayor conseguidos en redes de poder, a la vez que elimina del mercado a pequeños comercios con precios más bajos.
Pero esto es otra cuestión, nacional, lejos de dónde está la pobreza que no dispone de comida a la que me refiero. De la cifra anterior, 850 millones de personas hambrientas viven en los países en vías de desarrollo, aquellos que están a la cola en cuanto a lo que se entiende por desarrollo, por otra parte, palabro mal definido con criterios económicos. La comida en estos países, es escasa, pero a pesar de ello, gran parte de ella se produce en los mismos. ¿No sería justo que tras producirla, retuvieran al menos un mínimo que puedan repartir entre sus ciudadanos? Las empresas no lo ven así, y paran de producir en cuanto ya tienen la cantidad precisa que le demandan en los países desarrollados, a la vez que impiden que se siga produciendo para otros países mientras tanto, así el suelo se degrada menos, pero cuando lo vuelven a necesitar, no dudan en usar abonos y productos químicos que lo contaminan y esterilizan.
Este cultivo industrial, que abarca el 90% del cultivo mundial, se dedica sobre todo a cereales, y en este campo es controlado por 4 empresas, todas de EEUU: ADM, Cargill, Bunge y Dreyfus, que además, son las culpables de la subida y bajada de los precios de los cereales y sus derivados, porque aprovechan el control para especular en el mercado de valores. Es el sector pesquero, otro tanto de lo mismo, es fácil comprobar como gran parte del pescado viene de costas como las de Somalia, el Sáhara, Ghana, Chile, India, Thailandia o Indonesia, aunque es cierto que países como Cánada, EEUU, China y Rusia, por su extensión territorial alcanzan más del 40% de la pesca mundial en áreas de sus territorios. Sería curioso conocer también quien pesca y en dónde, pero no hay datos analizados de ello.
Por tanto, hay una desviación a través de redes de distribución globales que extrae los alimentos de unos países con más hambre hacia los países con más desarrollo y que, en verdad, menos lo necesitan y podrían volver a tener una producción primaria más local, de autoabastecimiento, donde las redes distribución jugaran un papel secundario y sólo fueran protagonistas en momentos de escasez. Porque hay que recordar que se gasta mucha energía en las redes de distribución, y también lo que parece disparatado pero ocurre, que es hacer ir y volver a algunos alimentos dos veces al mismo país porque se produce en uno, se envasa en otro, y se consume en otro. No se pueden controlar estas redes porque esta deslocalización beneficia a los que controlan la producción, porque a través de ella pueden reducir los precios y absorber toda la demanda alimenticia. Pero la demanda de los países ricos, los que pueden pagarlos, de los pobres y hambrientos se olvidan, salvo quizás capitales y otros núcleos urbanos donde, debido a la riqueza de los mismos porque son el centro de economías extractivas sí hay redes de distribución, mientras que zonas de miles de kilómetros no tienen ni asfalto y sobreviven con su propia producción o de la ayuda humanitaria de gobiernos y ONG,s.
Esto, por tanto, tiene explicación, aunque perversa, y es que la avaricia de ciertas corporaciones, élites y personas no tiene límites, y las sociedades capitalistas de los países desarrollados tienen que mirar hacia otro lado para no admitir que su despensa está llena de comida de esos lugares donde no muy lejos de donde sale el producto, una persona no tenía nada para echarse a la boca. Mi solución: no dejar la ayuda humanitaria, pero que al mismo tiempo, se creen redes de distribución en los países en vías de desarrollo que hagan llegar la comida a todos los pueblos, y una vez consolidadas, protegerlas de las guerrillas y destinar a estos países parte de la comida que se produce de forma industrial. Seguro que este método podría reducir el hambre más rápido de lo que se hace ahora. Otro día, intentaré hablar del agua, ese otro elemento fundamental para la vida de las personas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario